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  • Por Diego M. Vidal

Cacerolos ricos y blancos de Brasil


"Más viejos, más blancos y más ricos", los tres adjetivos que describen la composición social de las marchas opositoras en Brasil.​

Medios internacionales, de esos que los mismos protestones suelen señalar como serios, ya habían destacado en marzo pasado las diferencias entre las posteriores a la asunción de Dilma Rousseff y las que tomaron las calles brasileñas en junio del 2013. En aquel entonces los reclamos iniciales apuntaban a los pésimos y caros servicios públicos de transporte, para luego sumar el descontento por los faustuosos gastos que demandaba la organización del Mundial en el país del fútbol. The Guardian tildó de "manifestaciones de la derecha" las multitudinarias concentraciones de comienzos del 2015. Forbes (revista que ilustra sus tapas con

millonarios) directamente las catalogó "festival de odio". Nada cambió en los meses posteriores, salvo que disminuyó la convocatoria pero no la virulencia que destilan.

"Insultos mil: tizón, mono, criollo, complete la lista. Mientras el Ku Klux Klan golpea cacerolas en la (Avenida) Paulista" dice Mundo Moderno, la más reciente canción del rapero Flávio Renegado con la que se despachó en plena transmisión de la opositora Red O Globo.

"Cuello blanco que cuando gobierna, sólo abusa y maltrata. Decreta para los docentes salarios bajos, coturno y chismoso. Basta de tiempo malo y clima cerrado, está brutal el Siglo XXI, racismo, ultravirus en la red social.", fue la exacta síntesis que el músico supo musicalizar para horror de los directivos de la televisora.

Lo que sucede en la patria de Tom Jobim y Vinicius de Moraes dista mucho de aquel bucólico pueblo que luce su máxima alegría en los carnavales y transcurría sus días en la ensoñación a la que mueve la melodía dulce de la bossa nova. La rabia de clase y los más acendrados prejuicios sociales salen a luz en cada llamada a tomar las ciudades que los partidos conservadores y alguna izquierda perdida, hacen para oponerse al gobierno del Partido de los Trabajadores (PT).

A los mundialmente difundidos carteles reclamando lisa y llanamente un golpe de Estado, incluso los que piden una intervención militar de Estados Unidos, se suman otras pancartas y acciones que no por lo grave de su contenido dejan de ser en cierto modo hilarantes. Desde sostener que las asistencias gubernamentales a los más pobres son fomento de la vagancia, droga o embarazos a destajo; también están las señoras de los barrios más pudientes de Río o San Pablo indignadas porque no consiguen empleada doméstica cama adentro. Vale agregar que tampoco les será fácil encontrarlas dispuestas a renegar de sus derechos laborales, otorgados por estos ocho años del PT en la presidencia. Pero lo que ha superado cualquier imaginario latinoamericano y digno de tiempos más propios de la Inquisición, fue ver en las protestas del pasado 16 de agosto a grupos de evangélicos postrados de rodillas y rezando ante las puertas de un cuartel con la esperanza de que el cielo inspire a los militares para derrocar a Dilma.

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