Ni tantito así
- Por Diego M. Vidal
- 14 oct 2015
- 4 Min. de lectura
El restablecimiento de relaciones diplomáticas normales entre Estados Unidos y Cuba, anunciado casi al unísono el pasado 17 de diciembre por los presidentes Barack Obama y Raúl Castro, ha despertado justificadas celebraciones en ambas orillas del estrecho de La Florida.
Si bien lo central de la noticia fue el intercambio de prisioneros entre ambos países, los cubanos de uno y otro lado (más el mundo todo) sienten que una etapa funesta de la historia cierra su ciclo cruel con la caída del bloqueo económico que Washington implantó contra la isla hace 53 años. Esa posibilidad fue mencionada por Obama, aunque dejó supeditada su concreción a la decisión parlamentaria del futuro Congreso estadounidense que a partir del 2015 estará ampliamente dominado por los republicanos. Es decir, la “papa caliente”, el gran diferendo bilateral sobreviviente de la Guerra Fría, quedará en manos de los legisladores del Tea Party (la ultraderecha republicana) y los más feroces anticastristas de Miami.
La proclama de la Casa Blanca ha incluido el relajamiento de cuestiones vinculadas a los viajes de ciudadanos residentes en EE. UU. hacia Cuba, las remesas de divisas familiares y algunas que otras cuestiones comerciales, todas están vinculadas de algún modo con el sitio legal que el demócrata John Fitzgerald Kennedy decidió rubricar tras el fracaso de la invasión por Bahía de los Cochinos y después de degustarse un espléndido Cohiba que el Che Guevara le enviara por un emisario desde el Congreso de la CIES en Punta del Este. No obstante, en ninguna línea de su alocución, el actual mandatario (también demócrata) hace mención a la Ley de Ajuste Cubano que tantas muertes ocasionó al provocar salidas ilegales y el trasiego clandestino de personas con la promesa de un estatus de tratamiento migratorio bien distinto al que reciben haitianos, mexicanos, salvadoreños o cualquier inmigrante ilegal que pise suelo norteamericano. Tampoco habló sobre las agresiones, atentados, intentos de asesinatos de los líderes revolucionarios (sólo contra Fidel Castro acumula más de medio millar), contaminaciones con virus y bacterias, apoyo de acciones terroristas como la explosión en vuelo del avión de Cubana en 1976 o las bombas en hoteles y lugares turísticos en 1997, por mencionar algunas. ¿Habrá castigo a los autores o al menos resarcimiento económico a las víctimas?
Cuando en el 2010 la entonces Secretaria de Estado Hillary Rodham Clinton presentó como “Estrategia de Seguridad Nacional (ESN)” (*), es decir la doctrina de seguridad que regiría durante la administración Obama, no se mencionaba directamente el caso cubano en el plan de defensa. Aunque sí lo hacía de modo tangencial al asegurar que ante "múltiples amenazas de naciones, actores no estaduales (ejércitos irregulares o guerrillas) y estados fallidos (…) mantendrá la superioridad militar que ha asegurado (…) y se debe reservar el derecho de actuar unilateralmente”. En esta visión podía estar contenida la Revolución Cubana ya que integra la lista de países “promotores de terrorismo” y de cuya revisión le fue encargada ahora a una comisión que se tomará unos largos seis meses en informar si procede lo contrario.
El programa se apoya sobre tres pilares fundamentales: denominados “3D” (defensa, diplomacia y desarrollo) y prioriza el multilateralismo. Visto que en el contexto regional el Pentágono no podría llevar a cabo ninguno de sus planes bélicos contra Cuba, Obama parece decidido a promover las otras dos D. La apertura de una embajada en La Habana (formalmente, ya que desde 1977 existe una oficina de intereses consulares y bilaterales, que funciona frente al Malecón habanero y además la residencia personal del embajador es la única propiedad que no pertenece al Estado cubano sino al estadounidense) y la posibilidad de impulsar negocios de capitales americanos, junto con la llegada de productos de consumo popular, se inscriben en la última D. Con lo cual, desde el Salón Oval apuestan a que el socialismo acabe derrotado por el consumismo y la vieja teoría de la “fruta madura” sea reemplazada por Mc Donalds o Starbucks.
Merecen un párrafo a aparte merece las posiciones extremas que luego de conocido el descongelamiento entre ambos enemigos históricos, abundan por cuanta vía comunicacional existe. De uno al otro extremo ideológico circulan manifestaciones más viscerales que reflexionadas. La extrema derecha cree que fueron traicionados por el primer afroamericano Jefe de Estado de EE. UU, mientras la derecha más especuladora se restriega las manos pensando en las ganancias que puedan extraer. Por izquierda hay un progresismo que cree que Fidel y Raúl ya están museables con sus ideas y aunque les asista la razón, mejor es desistir que resistir y entregarse a los brazos del mercado. Del lado más ultra revolucionario (siempre desde afuera de territorio insular) se acusa de traición a los ideales comunistas y prefieren ver a un pueblo inmolado en el hambre y la inanición, que entregar sus principios que coinciden con los manuales que gustan leer entre all inclusive y all inclusive.
Por estos días muchos han blandido el célebre “ni tantito así…” de Ernesto Che Guevara, durante un discurso en Santiago de Cuba y recordando los crímenes del imperialismo capitalista en África, al referirse el grado de confianza que tenía en ese sistema dominante en el mundo. Lo que casi nadie ha reseñado es cuál era el pensamiento del Che con respecto a las relaciones bilaterales con el vecino norteño. Eso está, entre otros textos, bien claro en una entrevista que le realizaran para el programa de TV norteamericano “Face the Nation” el 14 de diciembre 1964 y aplicable al hoy: “Hemos dicho repetidas veces al gobierno de Estados Unidos que nosotros queremos nada más que ellos se olviden de nosotros (...) las relaciones armoniosas con Estados Unidos serían muy buenas para nosotros desde el punto de vista económico más que en cualquier otro campo(...) No ponemos condición alguna para el establecimiento de relaciones, pero tampoco aceptamos condiciones (...)”
Algún día sería bueno que la lectura de los textos y escritos de personajes como el Che fuesen atentamente leídos, sin extraerles consignas.
Foto: Diego M. Vidal
(*) “El poder intelingente de Obama”, artículo del autor publicado en Miradas al Sur, 06 de junio 2010.
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