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El internacionalismo en las FARC-EP a la hora del regreso a casa

  • por Diego M. Vidal
  • 13 jun 2017
  • 3 Min. de lectura

Desde la Zona Veredal de Transición “Heiler Mosquera”, Puerto Asís, Putumayo, Colombia

La presencia de extranjeros en sus filas ha sido la excepción durante los 53 años de existencia de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo. De hecho, su fundador Manuel Marulanda Vélez se oponía a incorporarlos pero fue el fallecido Raúl Reyes, segundo al mando de las Farc-EP, quien convenció a “Tirofijo” de la importancia estratégica regional que tenía sumar combatientes internacionalistas.

Así se unieron de Holanda, Francia, Argentina, Venezuela, Panamá, Ecuador y Chile, algunos alcanzando más notoriedad por su origen social y geográfico como la holandesa Tanja Nijmeijer o la francesa Nathalie Mistral.

En el marco de los acuerdos de paz firmados en La Habana, la situación de los guerrilleros foráneos, que no superan una veintena hoy, necesitó un tratamiento especial por parte del Estado colombiano y así el 18 de mayo pasado el ministro de Agricultura, Aurelio Iragorri Valencia, firmó el decreto denominado “Tanja” en el que se establece la “Visa Residente Especial de Paz”, la cual podrá ser otorgada a los ciudadanos del exterior miembros de las Farc-Ep “que se encuentren en los listados entregados por representantes de dicha organización” y “pretendan fijar su domicilio en Colombia y establecerse en el país de manera indefinida”, según expresa la norma dictada. Una medida destinada a legalizarlos y acceder a los beneficios de la Justicia Especial que forma parte del proceso de pacificación.

Sin embargo, es difícil que la mayoría de ellos quieran establecerse en Colombia de modo permanente. Algunos, como el ecuatoriano Franklin Valdéz, manifestaron sus deseos de retornar a sus patrias e integrarse a la vida social y política.

Franklin es ecuatoriano, del cantón o municipio amazónico Shushufindi, Provincia de Sucumbíos, lleva … años en la guerrilla y como la mayor parte de los que la integran proviene de una familia campesina humilde. “Entro a las Farc para pelear contra la pobreza, las desigualdades”, asegura este hombre que además pertenece a la nación originaria shuar, mal conocida como jíbaros. Tiene esperanza en el camino a la paz que transitan las Farc-Ep y el gobierno. “Todos somos optimistas de que se cumplan los acuerdos”, dice Valdéz, pero recuerda otros intentos que acabaron de modo sangriento en la historia colombiana: “Hubo muchos asesinatos de líderes populares de la Unión Patriótica, fue un desastre aquello”. La UP fue fundada en 1985 como partido político por varios grupos guerrilleros: el Movimiento de Autodefensa Obrera (ADO), los frentes desmovilizados Simón Bolívar y Antonio Nariño del Ejército de Liberación Nacional y las Farc. Se calculan en cinco mil, entre ellos dirigentes, militantes, concejales, congresistas, diputados y alcaldes, los asesinados por paramilitares, ejército y fuerzas de seguridad.

Franklin Vádez quiere regresar a Ecuador.

¿Cómo te integrarías en tu país?

La idea mía es volver y continuar en la vida política, aportar y ayudar a la Revolución Ciudadana.

¿Participarías activamente en ese proyecto político?

Seguro. El pueblo ecuatoriano no se ha equivocado en elegir al mandatario que tuvo en los últimos diez años y eso es algo muy importante. Algo que encabezó Rafael Correa y ahora continúa el presidente Lenin Moreno. Quiero aportar para seguir en la construcción de la Patria Grande, sobre todo.

¿Sumarías tu esfuerzo para acercar a las comunidades indígenas, algunas de las cuales se distanciaron de Correa?

Sí, claro. Motivaría a colaborar para que eso suceda. Porque hubo errores y equívocos que se pueden corregir. Unir a las naciones originarias apoyando al nuevo gobernante es necesario.

La Zona Veredal “Heiler Mosquera”, en el Corregimiento La Carmelita, de Puerto Asís, donde se encuentra el Bloque Sur de las Farc-Ep al cual pertenece Franklin, hierve en movimientos porque se acerca el final de los plazos para dejar las armas en manos de las Naciones Unidas, resolver situaciones legales de la guerrillereada y otras cuestiones de un complejo plan pacifista que busca poner fin a más de medio siglo de contienda militar. En este contexto, las guardias y demás tareas castrense mantienen vigencia y Franklin es llamado a cumplir la suya en uno de los arsenales dispersos por el campamento. Antes de dejar la conversación quiere dejar en claro que “somos extranjeros, tanto yo como otros compañeros que sumamos nuestro internacionalismo a la lucha, pero estamos unidos en las buenas y en las malas” y agrega “llevamos una fuerte experiencia política de aquí, no solo combativa, también de trabajo con las masas y eso queremos volcarlo en nuestros países cuando podamos regresar”

El guerrillero se despide con un apretón de manos y al preguntarle cómo cree que lo recibirá su gente cuando regrese, sonríe con ojos y boca y un alzar de hombros, como toda respuesta. Dejando en claro que el futuro de estos muchachos les depara nuevos desafíos a enfrentar en su nueva vida, casi tan duros como la lucha armada que una vez escogieron.


 
 
 

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